Nunca podrías siquiera imaginar
la desolación que supone
esperarte sabiendo que no volverás.
O la tortura que es recordar
esa lágrima fría que hice rodar desde tus ojos
aquella noche de infortunio.
Mucho menos entenderías
la tristeza de tu rosal en mi jardín
que se niega a florecer ahora que no estás.